PROCESO COMUNICATIVO
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viernes, 8 de junio de 2012
CONTROLA TU LENGUA: FOBIAS VARIAS
CONTROLA TU LENGUA: FOBIAS VARIAS: Todos hemos oído alguna vez a alguien que siente pánico hacia algo o alguien. Quizás las fobias más conocidas sean la a gorafobia (pánico a...
viernes, 1 de junio de 2012
jueves, 24 de mayo de 2012
ACTIVIDADES ADJETIVO DETERMINATIVO
Serie de actividades interactivas para practicar el adjetivo determinativo
LOS DETERMINANTES III
ACTIVIDADES INTERACTIVAS
Serie de actividades interactivas para alumnos de Lengua y Literatura Castellana.
Aquí se pueden practicar de manera autónoma y amena los principales contenidos gramaticales de la asignatura.
MATERIALES TUTORÍA
Os ofrezco la posibilidad de visitar esta página interactiva en la que encontraréis una gran variedad de recursos para la Tutoría.
WEB: APRENDER A ESTUDIAR
viernes, 18 de mayo de 2012
BENITO PÉREZ GALDÓS, La conjuración de las palabras
Érase un gran edificio llamado Diccionario de la Lengua Castellana,
de tamaño tan colosal y fuera de medida, que, al decir de los
cronistas, ocupaba casi la cuarta parte de una mesa, de estas que,
destinadas a varios usos, vemos en las casas de los hombres. Si hemos de
creer a un viejo documento hallado en viejísimo pupitre, cuando ponían
al tal edificio en el estante de su dueto, la tabla que lo sostenía
amenazaba desplomarse, con detrimento de todo lo que había en ella.
Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro
jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía, un ancho
cartel con doradas letras, que decían al mundo y a la posteridad el
nombre, y significación de aquel gran monumento.
Por dentro era mi
laberinto tan maravilloso, que ni el mismo de Creta se le igualara.
Dividíanlo hasta seiscientas paredes de papel con sus números llamados
páginas. Cada espacio estaba subdividido en tres corredores o crujías
muy grandes, y en estas crujías se hallaban innumerables celdas,
ocupadas por los ochocientos o novecientos mil seres que en aquel
vastísimo recinto tenían su habitación. Estos seres se llamaban
palabras.
***
Una mañana sintiose
gran ruido de voces, patadas, choque de armas, roce de vestidos,
llamamientos y relinchos, como si un numeroso ejército se levantara y
vistiese a toda prisa, apercibiéndose para una tremenda batalla. Y a la
verdad, cosa de guerra debía de ser, porque a poco rato salieron todas o
casi todas las palabras del Diccionario, con fuertes y
relucientes armas, formando un escuadrón tan grande que no cupiera en la
misma Biblioteca Nacional. Magnífico y sorprendente era el espectáculo
que este ejército presentaba, según me dijo el testigo ocular que lo
presenció todo desde un escondrijo inmediato, el cual testigo ocular era
un viejísimo Flos sanctorum, forrado en pergamino, que en el propio estante se hallaba a la sazón.
Avanzó la comitiva
hasta que estuvieron todas las palabras fuera del edificio. Trataré de
describir el orden y aparato de aquel ejército, siguiendo fielmente la
veraz, escrupulosa y auténtica narración de mi amigo el Flos sanctorum.
Delante marchaban unos
heraldos llamados Artículos, vestidos con magníficas dalmáticas y cotas
de finísimo acero: no llevaban armas, y si los escudos de sus señores
los Sustantivos, que venían un poco más atrás. Éstos, en número casi
infinito, eran tan vistosos y gallardos que daba gozo verlos. Unos
llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya
cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de cuero
finísimo, recamadas de oro y plata; otros cubrían sus cuerpos con
luengos trajes talares, a modo de senadores venecianos. Aquéllos
montaban poderosos potros ricamente enjaezados, y otros iban a pie.
Algunos parecían menos ricos y lujosos que los demás; y aun puede
asegurarse que había bastantes pobremente vestidos, si bien éstos eran
poco vistos, porque el brillo y elegancia de los otros, como que les
ocultaba y obscurecía. Junto a los Sustantivos marchaban los Pronombres,
que iban a pie y delante, llevando la brida de los caballos, o detrás,
sosteniendo la cola del vestido de sus amos, ya guiándoles a guisa de
lazarillos, ya dándoles el brazo para sostén de sus flacos cuerpos,
porque, sea dicho de paso, también había Sustantivos muy valetudinarios y
decrépitos, y algunos parecían próximos a morir. También se veían no
pocos Pronombres representando a sus amos, que se quedaron en cama por
enfermos o perezosos, y estos Pronombres formaban en la línea de los
Sustantivos como si de tales hubieran categoría. No es necesario decir
que los había de ambos sexos; y las damas cabalgaban con igual donaire
que los hombres, y aun esgrimían las armas con tanto desenfado como
ellos.
Detrás venían los
Adjetivos, todos a pie; y eran como servidores o satélites de los
Sustantivos, porque formaban al lado de ellos, atendiendo a sus órdenes
para obedecerlas. Era cosa sabida que ningún caballero Sustantivo podía
hacer cosa derecha sin el auxilio, de un buen escudero de la honrada
familia de los Adjetivos; pero éstos, a pesar de la fuerza y
significación que prestaban a sus amos, no valían solos ni un ardite, y
se aniquilaban completamente en cuanto quedaban solos. Eran brillantes y
caprichosos sus adornos y trajes, de colores vivos y formas muy
determinadas; y era de notar que cuando se acercaban al amo, éste tomaba
el color y la forma de aquéllos, quedando transformado al exterior,
aunque en esencia el mismo.
Como a diez varas de
distancia venían los Verbos, que eran unos señores de lo más extraño y
maravilloso que puede concebir la fantasía.
No es posible decir su
sexo, ni medir su estatura, ni pintar sus facciones, ni contar su edad,
ni describirlos con precisión y exactitud. Basta saber que se movían
mucho y a todos lados, y tan pronto iban hacia atrás como hacia delante,
y se juntaban dos para andar emparejados. Lo cierto del caso, según me
aseguré el Flos sanctorum, es que sin los tales personajes no se
hacía cosa a derechas en aquella República, y, si bien los Sustantivos
eran muy útiles, no podían hacer nada por sí, y eran como instrumentos
ciegos cuando algún señor Verbo no los dirigía. Tras éstos venían los
Adverbios, que tenían cataduras de pinches de cocina; como que su oficio
era prepararles la comida a los Verbos y servirles en todo. Es fama que
eran parientes de los Adjetivos, como lo acreditaban viejisímos
pergaminos genealógicos, y aun había Adjetivos que desempeñaban en
comisión la plaza de Adverbios, para lo cual bastaba ponerles una cola o
falda que, decía: mente.
Las Preposiciones, eran
enanas; y más, que personas parecían cosas, moviéndose iban junto a los
Sustantivos para llevar recado a algún Verbo, o viceversa. Las
Conjunciones andaban por todos lados metiendo bulla; y una de ellas
especialmente, llamada que, era el mismo enemigo y a todos los
tenía revueltos y alborotados, porque indisponía a un señor Sustantivo
con un señor Verbo, y a veces trastornaba lo que éste decía, variando
completamente el sentido. Detrás de todos marchaban las interjecciones,
que no tenían cuerpo, sino tan sólo cabeza con gran boca siempre
abierta. No se metían con nadie, y se manejaban solas; que, aunque pocas
en número, es fama que sabían hacerse valer.
De estas palabras,
algunas eran nobilísimas, y llevaban en sus escudos delicadas empresas,
por donde se venía en conocimiento de su abolengo latino o árabe; otras,
sin alcurnia antigua de que vanagloriarse, eran nuevecillas, plebeyas o
de poco más o menos. Las nobles las trataban con desprecio. Algunas
había también en calidad de emigradas de Francia, esperando el tiempo de
adquirir nacionalidad. Otras, en cambio, indígenas hasta la pared de
enfrente, se caían de puro viejas, y yacían arrinconadas, aunque las
demás guardaran consideración a sus arrugas; y las había tan petulantes y
presumidas, que despreciaban a las demás mirándolas enfáticamente.
Llegaron a la plaza del
Estante y la ocuparon de punta a punta. El verbo Ser hizo una especie
de cadalso o tribuna con dos admiraciones y algunas comas que por allí
rodaban, y subió a él con intención de despotricarse; pero le quitó la
palabra un Sustantivo muy travieso y hablador, llamado Hombre, el cual, subiendo a los hombros de sus edecanes, los simpáticos Adjetivos Racional y Libre, saludó a la multitud, quitándose la H, que a guisa de sombrero le cubría, y empezó a hablar en estos o parecidos términos:
«Señores: La osadía de
los escritores españoles ha irritado nuestros ánimos, y es preciso
darles justo y pronto castigo. Ya no les basta introducir en sus libros
contrabando francés, con gran detrimento de la riqueza nacional, sino
que cuando por casualidad se nos emplea, trastornan nuestro sentido y
nos hacen decir lo contrario de nuestra intención. (Bien, bien.)
De nada sirve nuestro noble origen latino, para que esos tales respeten
nuestro significado. Se nos desfigura de un modo que da grima y dolor.
Así, permitidme que me conmueva, porque las lágrimas brotan de mis ojos y
no puedo reprimir la emoción». (Nutridos aplausos.)
El orador se enjugó las lágrimas con la punta de la e,
que de faldón le servía, y ya se preparaba a continuar, cuando le
distrajo el rumor de una disputa que no lejos se había entablado.
Era que el Sustantivo Sentido estaba dando de mojicones al Adjetivo Común, y le decía:
«Perro, follón y sucio
vocablo; por ti me traen asendereado, y me ponen como salvaguardia de
toda clase de destinos. Desde que cualquier escritor no entiende
palotada de una ciencia, se escuda con el Sentido Común, y ya
le parece que es el más sabio de la tierra. Vete, negro y pestífero
Adjetivo, lejos de mí, o te juro que no saldrás, con vida de mis manos.
Y al decir esto, el Sentido enarboló la t, y dándole un garrotazo con ella a su escudero, le dejó tan malparado, que tuvieron que ponerle un vendaje en la o, y bizmarle las costillas de la m, porque se iba desangrando por allí a toda prisa.
«Haya paz, señores -dijo un Sustantivo Femenino llamado Filosofía,
que con dueñescas tocas blancas apareció entre el tumulto. Mas en
cuanto le vio otra palabra llamada Música, se echó sobre ella y empezó a
mesarla los cabellos y a darla coces, cantando así:
-Miren la bellaca, la
sandía, la loca; ¿pues no quiere llevarme encadenada -con una
Preposición, diciendo que yo tengo Filosofía? Yo no tengo sino Música,
hermana. Déjeme en paz y púdrase de vieja en compañía de la Alemana, que
es obra vieja loca.
-Quita allá, bullanguera -dijo la Filosofía arrancándole a la Música el penacho o acento que muy erguido sobre la u llevaba: -quita allá, que para nada vales, ni sirves más que de pasatiempo pueril.
-Poco a poco, señoras mías -gritó un Sustantivo, alto, delgado, flaco y medio tísico, llamado el Sentimiento. A ver, señora Filosofía,
si no me dice usted esas cosas a mi hermana o tendremos que vernos las
caras. Estese usted quieta y deje a Perico en su casa, porque todos
tenemos trapitos que la lavar, y si yo saco los suyos, ni con colada
habrán de quedar limpios.
-Miren el mocoso -dijo
la Razón que andaba por allí en paños menores y un poquillo desmelenada,
-¿qué sería de estos badulaques sin mí? No reñir, y cada uno a su
puesto, que si me incomodo...
-No ha de ser -dijo el Sustantivo Mal, que en todo había de meterse.
-¿Quién le ha dado a usted vela en este entierro, tío Mal? Váyase al Infierno, que ya está de más en el mundo.
-No, señoras, perdonen
usías, que no estoy sino muy retebién. Un poco decaidillo andaba; pero
después que tomó este lacayo, que ahora me sirve, me voy remediando.- Y
mostró un lacayo que era el Adjetivo Necesario.
-Quítenmela, que la mato -chillaba la Religión, que había venido a las manos con la Política;- quítenmela que me ha usurpado el nombre para disimular en el mundo sus socaliñas y gatuperios.
-Basta de indirectas. ¡Orden! -dijo el Sustantivo Gobierno, que se presentó para poner paz en el asunto.
Déjalas que se arañen, hermano -observó la Justicia-;
déjelas que se arañen que ya sabe vuecencia que rabian de verse juntas.
Procuremos nosotros no andar también a la greña, y adelante con los
faroles.
¡Mientras esto ocurría,
se presentó un gallardo Sustantivo, vestido con relucientes armas, y
trayendo un escudo con peregrinas figuras y lema de plata y oro.
Llamábase el Honor y venía a quejarse de los innumerables
desatinos que hacían los humanos en su nombre, dándole las más raras
aplicaciones, y haciéndole significar lo que más les venía a cuento.
Pero el Sustantivo Moral, que estaba en un rincón atándose un hilo en l
que se le había roto en la anterior refriega, se presentó, atrayendo la
atención general. Quejose de que se le subían a las barbas ciertos
Adjetivos advenedizos, y concluyó diciendo que no le gustaban ciertas
compañías y que más le valiera andar solo, de lo cual se rieron otros
muchos Sustantivos fachendosos que no llevaban nunca menos de seis
Adjetivos de servidumbre.
Entretanto, la Inquisición, una viejecilla que no se podía tener, estaba pesando fuego a una hoguera que había hecho con interrogantes gastados, palos de T y paréntesis rotos, en la cual hoguera dicen que quería quemar a la Libertad, que andaba dando zancajos por allí con muchísima gracia y desenvoltura. Por otro lado estaba el Verbo Matar dando grandes voces, y cerrando el puño con rabia, decía de vez en cuando:
«¡Si me conjugo...!
Oyendo lo cual el
Sustantivo Paz, acudió corriendo tan a prisa, que tropezó en la ¿con que
venía calzada, y cayó cuan larga era, dando un gran batacazo.
Allá voy -gritó el Sustantivo Arte, que ya se había metido a zapatero.- Allá voy a componer este zapato, que es cosa de mi incumbencia.
Y con unas comas le clavó la z a la Paz, que tomó vuelo, y se fue a hacer cabriolas ante el Sustantivo Cañón, de quien dicen estaba perdidamente enamorada.
No pudiendo ni el Verbo Ser,
ni el Sustantivo Hombre, ni el Adjetivo Racional, poner en orden a
aquella gente, y comprendiendo que de aquella manera iban a ser vencidos
en la desigual batalla que con los escritores españoles tendrían que
emprender, resolvieron volverse a su casa. Dieron orden de que cada cual
entrara en su celda, y así se cumplió; costando gran trabajo encerrar a
algunas camorristas que se empeñaban en alborotar y hacer el coco.
Resultaron de este tumulto bastantes heridos, que aún están en el hospital de sangre o sea Fe de erratas del Diccionario.
Han determinado congregarse de nuevo para examinar los medios de
imponerse a la gente de letras. Se están redactando las pragmáticas que
establecerán el orden en las discusiones. No tuvo resultado el
pronunciamiento, por gastar el tiempo los conjurados en estériles
debates y luchas de amor propio, en vez de congregarse para combatir al
enemigo común: así es que concluyó aquello como el Rosario de la Aurora.
El Flos sanctorum me asegura que la Gramática había mandado al Diccionario
una embajada de géneros, números y casos, para ver si por las buenas y
sin derramamiento de sangre se arreglaba los trastornados asuntos de la Lengua Castellana.
Madrid, Abril de 1868.
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