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sábado, 6 de abril de 2013

SU HIJO SE VA DE MARCHA

SU HIJO SE VA DE MARCHA
Una escuela de Bilbao, barrio de Indautxu. Entramos en clase. El ambiente es de examen: concentración, silencio. En la pizarra, un problema. […] Bienvenidos a la escuela de padres y madres Hirusta. Echemos un vistazo al problema. Se les plantea cada fin de semana a miles de padres.
Su hijo se va de marcha. Usted le ha dicho que esté a las dos en casa. Después de un tira y afloja, le ha concedido una hora más. Son las seis de la mañana y no ha vuelto. Llama al móvil, pero lo tiene desconectado. Usted ya no puede dormir, angustiado por si le ha pasado algo. Amanece cuando escucha la llave en la cerradura. Respira. Es hora de poner los puntos sobre las íes. Pero su hijo le corta en seco. No tiene la cabeza para sermones. Se mete en su cuarto, donde dormirá hasta la hora de comer. Y usted no tiene más remedio que tragarse los puntos, las íes y la impotencia. ¿Qué hacer?
Rafael Cortés, el consejero familiar, anima a sus alumnos a poner en común las respuestas. La mayoría reconoce que no ve solución. Imposible razonar con ellos. Las buenas palabras les entran por una oreja y les salen por la otra. Y las malas, como quien oye llover... Los castigos tienen fecha de caducidad y ellos lo saben. Además, el padre o la madre que castiga se siente culpable y termina indultando antes de tiempo. A los españoles nos puede el corazón: condenamos e indultamos con la misma facilidad. Y si alguien se mantiene firme, se convierte en el malo de la película. Y en las parejas actuales nadie quiere ese papel. Algún progenitor reivindica el guantazo. Pero lo hace con la boca pequeña. […]
Rafael Cortés les sugiere una solución de compromiso: “Pactemos con él. Negociemos una hora. Si luego no cumple y llega tarde, sabrá que nos ha defraudado. Eso es más efectivo que un castigo. Si imponemos nuestra voluntad de manera inflexible, antes o después se rebelará”. […] Ponerles la mano encima es perder el tiempo. Mejor sentarse a dialogar y negociar. Sin olvidar que, aunque sus mensajes de móvil estén plagados de faltas de ortografía, saben latín.
Carlos Manuel Sánchez, XL Semanal